Los pintores somos, ante todo, tenaces observadores de la vida, las cosas y los rostros:


“Cuando miramos una persona, una cara, no precisamos recurrir al psicoanálisis para ver lo que hay detrás de aquellos ojos, qué gestos han originado esas arrugas, cuánto han sonreído o no aquello labios. Nosotros vemos en un rostro ilusiones, frustraciones, ganas de vivir, o desánimo, la vida se nos desvela tras cada arruga, tras cada cana, vemos como los griegos la experiencia, sabiduría maravillosa que se va acumulando poco a poco a lo largo de los años.


La arruga es bella para el artista, es la fuerza de la vida, es la huella del carácter, el reflejo de la experiencia y de la personalidad, la huella indeleble de la vida…”